Redes, yo creo, mil preguntas y
la muerte de la duda.
Ayer vi un documental híbrido con
drama, dice la presentación, “El dilema de las redes sociales”. Cuando terminó me
disparó la necesidad de escribir cosas que en algún momento he pensado, y algunas
preguntas nuevas.
Recuerdo haber sentido algo raro durante
las primeras fiestas en familia que fueron diferentes a las anteriores, ni
siquiera recuerdo en qué año fue, cuando después de las doce, una vez chocadas
las copas las caras y la atención estuvieron puestas en un solo lugar, el
celular. Nadie más emitió palabra, excepto los más grandes, que no se llevaban
con las nuevas tecnologías, claro, en un principio.
Si bien accedí al uso de los
celulares con agrado, algunas situaciones me chocaban, y también pensaba que
esto ya iba a ser así para siempre. Bien puede ser que esto ya sea así, lo que
no me impide para nada expresar algunas consideraciones al respecto. Y no como
quien ve el problema afuera, asumo que estoy dentro, tanto es así que vengo a
escribir estas líneas con el celular apoyado en el escritorio, tal vez alguien
quiera comunicarse conmigo…
Debo reconocer la comodidad que
me genera la herramienta que te conecta con las personas y sus sensaciones,
necesidades, sentimientos en forma instantánea. Personas cercanas o lejanas, no
importa, la inmediatez se produce en los mismos tiempos, ya. Lo mismo sucede
con la respuesta inmediata en la búsqueda de información.
Un sinfín de cualidades permite
que estas herramientas sean lo que hoy son. Pero, creo que es necesario pensar
en los defectos y hacer mea culpa en cuanto a su utilización.
El documental se ha enfocado en
la forma de manipulación de las redes sobre las personas y el cambio que esta
manipulación exitosa ha generado. No hay una conclusión de cuál será el
resultado final o si este es el resultado final, porque claramente nadie sabe
dónde está el fin de estas consecuencias. Se indican algunos peligros, entre
ellos la afectación a la democracia y a la relación entre las personas. Hay
algunos consejos para mitigar el bombardeo virtual y la adicción al
dispositivo. Y en un momento se habla de llegar a un acuerdo en “cuál es la
verdad”. Vaya meta difícil de lograr.
El celular se ha incorporado a la
vida diaria como si fuera parte de nuestro cuerpo, una extensión, una adicción
permitida, admitida, receptada y aceptada como quien acepta la lluvia, y ahora
nuestra realidad lo incluye casi inexorablemente.
Hemos experimentado cambios en la
respuesta a estímulos externos. Por ejemplo, antes nos molestaba que
interrumpieran nuestro tiempo en nuestras casas para llamarnos y ofrecernos
cosas, tanto malestar generó que hasta existe una línea en donde se puede
llamar y pedir la prohibición de esta llamada. Sin embargo no encontramos
ninguna objeción en ver que si buscamos algo para comprar en una aplicación de
compras, luego, cuando vamos a chequear nuestros mails nos aparezca de la nada
lo que estuvimos viendo y ofertas similares. Y en todo caso, si tenemos
objeciones al respecto no hay donde pedir que esta intromisión cese.
Es lo más parecido si no es
concretamente el acto de espiarnos. Y no lo tomamos a mal, es más por ahí hasta
nos viene bien la nueva oferta.
Qué es lo que hace que esto no
nos moleste? Y si nos molesta ¿por qué esa pasividad y esa resignación? Qué se
hace? No sé.
También se generaron cambios en
relación a nuestro ego, ello, tal vez, y sólo tal vez, debido a dificultades
para lidiar con el éxito. Estoy relacionando esto con esa pregunta que se le
suele hacer a quien ha adquirido fama, notoriedad, de cómo ha logrado que su
popularidad no se le suba a la cabeza, en tanto obstáculo inherente al éxito que
debe sortearse para tener el comportamiento de un ser humano común.
Y por qué lo relaciono? Porque
nos hemos convertido en estrellas. Ya lo que hacemos no es parte de nuestra
vida y de nuestro sentir solamente, también incluye a la mirada de los otros, y
a gran escala.
Ese artista, políticx, periodista,
músicx (incluyan, caben todas) frustradx que hemos sido, admirando a esas
estrellas conocidas y aceptadas por todxs ya ha muerto, para dar paso al ser famosx
que llevamos dentro. Ahora cocino y no sólo como algo rico, también transmito al
resto que estoy comiendo algo rico y mis logros culinarios. Si compro alguna
cosa que me gusta también el resto es partícipe.
Nuestras vidas parecen ser un
reality. Cada acción va acompañada de una foto o de una transmisión en directo.
Ahora me pongo algo que me gusta, foto, como algo que me gusta, foto, veo algo
que me gusta, foto, veo algo que no me gusta, foto, cualquier cosa que me pase,
foto. Como si a todos mis contactos realmente les interesara mi minuto a
minuto, los he transformado en esclavos de mis estados de ánimo y de mi vida en
general.
Pero los cambios no mueren en la
sensación nueva de ser un personaje famosx, también nos hemos creído que sabemos
todx.
Creemos que estamos informadxs y
en verdad lo que reina es la desinformación. Creemos saber las problemáticas
del mundo, pero no vemos a quien tenemos sentadx al lado, ni a la gente que
pasa a nuestro lado, ver a la gente que vive en la calle parece ser más
atractivo por pantalla, o por lo menos más desapegado.
Hemos incorporado al celular a
nuestro cuerpo, y también hemos asumido que los demás también han aceptado que
es parte del cuerpo humano, por lo que cuando alguien viene a pedir algo, ya no
es necesario enfrentar la realidad de quien no tiene nada, el que no tiene nada
entiende perfectamente que estás absorto en el mundo digital en tus manos y no
podés prestarle atención.
Pero lo importante es que te has
informado de todo, te has tomado horas y horas de lectura.
Qué tipo de lectura?
Se me ocurre ver a las redes con
sus noticias falsas y verdaderas como conjunto, donde éstas y la vida real no
se vean como dos conjuntos separados, habría una intersección de la vida real
con la digital, donde ambas coinciden. En cambio vería el problema si pienso en
una relación de inclusión. Donde el fenómeno de que lo falso se transforme en
real para un grupo de personas provenga de esa relación de inclusión.
Ver una relación de inclusión
podría relacionarse tal vez a considerar a las redes como una buena fuente de
conocimiento de la realidad y del conocimiento en general y en particular, que
puede llegar a serlo, pero no en sí misma, sino dependiendo de cómo se la utilice.
Antes de la llegada del buscador
instantáneo, si querías saber de algo
tenías que ir a buscar un libro o notas de autores que considerabas pertinentes
para ahondar en un tema. Ahora el acceso a la respuesta se produce en
¿segundos?, ¿minutos?
Parece haber una falsa sensación
de que todxs podemos saber de todx. Desconozco qué ha disparado ese sentir, y
cómo esta falsa idea de conocimiento ha causado la muerte de la pobre duda.
Así podemos discutir con cualquiera,
incluso con quien ha estudiado años sobre un tema y refutarle con la teoría que
hemos adoptado por una elección vaya a saber basada en qué.
Tal vez para poner los pies en la
tierra un poco ayudaría hacer el ejercicio de pensar si se es capaz de
enfrentar una discusión cara a cara de la misma manera que por una red social, por
ejemplo, donde no hay tiempo de buscar en internet cualquier respuesta que no
sepamos.
Sin buscadores en una discusión
cara a cara había que saber algo previamente, ahora el mecanismo es al revés, no
se sabe un tema, se busca, se leé un párrafo que se encontró y ya algo se sabe,
entonces se opina. Sin esas herramientas, quedar sin palabras en una discusión
por un tema implicaba, primero aceptar que
había algo que se desconocía y sobre todo quedar expuestx ante la o las
personas con las que se charlaba. Como segundo paso, buscar material para
informarse, luego informarse, pensar y luego tener una conclusión al respecto,
y sobre todo, recordarlo a la hora del intercambio. Claro, cuando volvías a
hablar del tema podías hablar y expresar lo que pensabas con una base al menos.
Ahora no hay tiempo para ese proceso, buscás, es muy rápido, leés lo que
encontraste y opinás. No pensaste, largaste esa ensalada que te quedó de lo que
leíste. Así con todos los temas, sabiendo un párrafo de todo, con suerte.
La opinión entonces parece dejar
de ser producto de un razonamiento en base al conocimiento de determinada
información y de la reflexión, -lo que no garantizaba claro una conclusión magistral,
pero que llevaba un trabajo, un tiempo de maduración- para convertirse en una
conclusión rápida y con ínfulas de saber superior.
Es que la tecnología en gran
medida se ha ocupado de acortar los tiempos de los procesos, e inevitablemente
le ha tocado al conocimiento.
El “yo creo” se ha convertido en
la verdad absoluta. Tantas verdades absolutas como personas. Estamos ante una transmisión
caótico de conocimiento? Si es que se permite llamarlo de esa forma.
Qué es lo que me lleva a pensar
que puedo discutirle de igual a igual a alguien que tiene un saber específico?
No es que antes no existieran aquellos
que opinaban de cualquier cosa sin saber, claro que existían – me voy a incluir
-, claro que existíamos, pero ahora adquirimos protagonismo, y en vez de ser
legitimados por argumentos estamos legitimados por la cantidad de “me gusta”.
Claramente esto no es indicativo de que nos asista la razón, pero ayuda a
creerlo. Antes por ahí no nos prestaba atención ni un familiar, y ahora tenemos
reconocimiento de personas del planeta.
Puedo decirle lo que pienso a
cualquiera, hasta a quienes presiden países, y si no me contestan, igual hay gente que se
enterará de lo que pienso en quién sabe cuántos lugares del mundo.
Muy fuerte.
En el documental hay una parte en
donde se habla de una realidad que me alarmó además de todo lo que ya me había
alarmado, y en la que nunca había pensado, o si alguna vez pensé no fue en
relación a los peligros de la manipulación, y es que no falta mucho para que no
exista una generación que recuerde cómo era la vida antes de las redes, y esto
se relaciona también con otra cosa que se dijo allí, ¿cómo salir de la matrix
si no sabés que estás en ella?
Tan complejo es el tema y
lamentablemente no se me ocurre nada más que apelar a la búsqueda del
equilibrio para quienes recordamos algo de la vida pasada, y a las leyes para el
orden de este caos.
Ese equilibrio lo imagino buscando
tal vez recrear un poco de esa vida anterior, cuando el celular no era una
falange más. Trato de recordar qué hacía ni bien me levantaba cuando no había
nada que mirar ahí, de qué hablaba en las reuniones familiares, con amigxs. En
qué pasaba horas pensando sin interrupciones. Pero para la generación que no
tiene recuerdos, no tengo imaginación.
En cuanto al estrellato, quién no
ha querido destacarse en algo? La realidad nos golpea fuerte cuando descubrimos
que no todos podemos destacar en lo que quisiéramos, y que siempre hay alguien
más inteligente y que hace las cosas mejor, asumamos esa realidad.
También podríamos tratar de
recordar lo que era dudar, y en este sentido voy a tomar la posta y a empezar a
dudar de todo lo que escribí hasta esta oración, y miraré las notificaciones
que bastante abandonadas las he tenido hasta ahora.
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